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Temor causa -e interminables análisis- el significado de los votos nulos, de los cuales se está propagando la leyenda que la mayor parte contenía la más nutrida y completa antología de insultos jamás publicada en Chile. Que esto último haya sido tan masivo, como se cuenta, es de dudarse; el chileno no es audaz y en cambio siempre muy respetuoso de la autoridad, cuya vigilancia teme casi en toda circunstancia, salvo cuando se emborracha; difícil, entonces, creer que muchos electores se atrevieran, aun en el secreto de la cámara de votación, a escribir un mensaje ofensivo. Tentados a hacerlo tal vez existieron bastantes, pero cuando preparaban el lápiz gran parte de ellos seguramente tuvo la sensación atroz que el Gran Ojo del Hermano Mayor con traje gris de burócrata iba a sorprenderlos. Sin embargo, es cierto que hubo insultos más que nunca y también innumerables votos en los cuales no apareció sino una mancha de rouge o un borrón cualquiera o una línea que lo marcaba todo. A todos por igual podemos suponerlos como enviando un mensaje de rechazo. ¿Rechazo a qué? Esa es la cuestión que debe dirimirse. Un mal diagnóstico hace más daño que la enfermedad porque lleva a un tratamiento equivocado. Desgraciadamente en esto ciertos políticos tienen un interés creado por poner el termómetro en el sitio erróneo. Quieren creer que el voto nulo expresa un “peligroso rechazo” de la política democrática, del sistema institucional que nos rige, de la legitimidad del sistema; el PC incluso llama a no aceptar la autoridad del Parlamento. Otros, en vez de aceptar su cuota de culpas, prefieren encumbrarse pedante y falsamente en una gran y abstracta tesis sobre la “pérdida de fortaleza de nuestra institucionalidad” o incluso, como hizo el ex Presidente Aylwin, aseverar que los electores no han sabido valorar las bondades del régimen en que viven. De hecho, el voto nulo puede interpretarse de modo muy diferente: lejos de expresar un grado de debilitamiento del sistema, expresa uno de fortaleza. Molestarse en hacer cola para depositar en la urna un voto nulo manifiesta un interés participativo mucho mayor de quien simplemente lo hizo para gregaria y pasivamente marcar una “preferencia” por un fulano a quien a menudo no conocía. Paradójicamente, el voto nulo es mucho más activo, singular y personal que los votos normales porque en cada caso encarna una rebelión específica que no ha encontrado palabras pre-impresas para manifestarse; que pese a eso se use dicho medio institucionalizado para dar expresión a una idea o rabia particular, indirectamente refleja confianza en aquél. ¿Acaso no se está usando al sistema como válido vehículo de expresión de rechazo a algunas de sus partes? Los que votaron nulo votaron por Nulo, votaron contra los otras opciones, en suma, votaron. Si esa opción no encontró nombre y apellido con la cual expresarse es menos por desinterés de los ciudadanos en el sistema que por desinterés del sistema en encontrarle más expeditos caminos de participación electoral a los invididuos, posturas e ideas que ahora no encuentran lugar en aquél. Un voto nulo que es al mismo tiempo un voto en contra, es un voto que reafirma la institucionalidad; revela que aún los ciudadanos más descreídos de los políticos al menos creen todavía poder decirlo políticamente. Creen aún en la validez y eficacia de hacer fila frente a una mesa de sufragios. Lo peligroso es la desafección, la cual se hace notar en otros fenómenos: la no inscripción, la abstención, incluso quizás en el voto “normal” decidido en la cola de acuerdo a cuál fue el último poster que se vio colgando de un alambre. Extremando la tesis casi puede concebirse que el voto nulo es propio de un ciudadano más activo y apoyador del sistema que el elector convencional, arrastrado a la mesa menos por interés que por evadir la multa o por la mera inercia de la costumbre. El votante por “nulo” es un capital político de la democracia, no un enemigo de ella; vota nulo porque sus ideas no han sido puestas en práctica, pero eso significa que tiene ideas de qué debiera hacerse; vota nulo porque sus deseos no se han cumplido, pero entonces tiene ganas, energías; el votante por nulo demuestra estar frustrado pero vivo, no muerto y obediente. Es una enorme reserva de ideas y voluntad a favor de la democracia, no en contra; sólo hace falta saber encauzarla modificando un sistema que privilegia la estabilidad e inmovilidad a ultranza de los cementerios. El binominalismo y el partidismo apoyado en él está bueno para las democracias ricas, viejas, satisfechas; nosotros necesitamos la energía y vitalidad de la diversidad. Necesitamos construir mucho más que mantener. El problema es, entonces, lograr que mañana una Rosa de Arica tenga medios para poder decir algo más que Rosa o que Arica. La Rosa, la Juana, el Pedro, todos. No es peligroso el voto Nulo. Lo peligroso es la desafección, la cual se hace notar en otros fenómenos: la no inscripción, la abstención, incluso quizás en el voto “normal” decidido en la cola de acuerdo a cuál fue el último poster que se vio colgando de un alambre. – Columna de Fenando Villegas publicada en Que Pasa en octubre de 2004, |
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